Este poema fue escrito en noviembre de 2011. Hoy he decidido reescribirlo, mejor dicho editarlo, dándole otro sentido más intenso, intentando en todo momento respetar el que tuvo inicialmente.
El tiempo nos da la vida y el tiempo se la lleva,
sin darnos cuenta desperdiciamos un sesenta por cierto de ella,
la desperdiciamos sin saber porque,
el cuarenta restante,
nos la da la niñez.
Cuando nos damos cuenta,
tarde ya es,
sí,
de ese sesenta al menos,
un veinte se nos va en la vejez,
que estupidez la nuestra,
que por querer vivir bien,
no disfrutamos,
por creer que el poseer es más importante que el querer.
Si aprendiéramos desde la niñez,
que la vida se evapora en un santiamén,
que son dos días,
que se goza más de pequeñas cosas,
que no de la ambición y el poder.
La inocencia de la niñez,
nos impide ver que la vida va pasando,
sin apenas darnos cuenta,
que el tiempo va transcurriendo velozmente,
consumiendo los días como una vela encendida,
que solo deja la cera derretida,
como recuerdos diluidos en…
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“todos somos tiempo”, me dice un amigo.
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Sabio tu amigo. Somos una ínfima porción de tiempo.
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