Cuando leí la primera parte del libro *llega-la-noche Eyre pensé que su autora Alex Florentine lo había bordado, que no podría superarse con este nuevo libro.
Cuán equivocado estaba ya que en esta segunda parte, lo ha igualado en cuanto a trama, acción -aunque no haya sido tan sangriento como el primero- dicho así suena irónico tratándose de un historia o mejor dicho de la continuación de una historia de vampírica.
No voy a entrar en muchos detalles por aquello de no hacer spoiler, si Eyre, o sea la primera parte fue, -digámoslo así- fue demencial, en esta segunda ha sido totalmente racional, un argumento al más puro estilo de un clásico de Poirot de Agatha Christie’s.
Una trama muy enrevesada, con muchos hilos donde tirar y que todos te llevan a la misma madeja, ni la mismísima Mina la hubiera enrollado tanto en sus juegos, pero si eres paciente y te lo tomas con calma y /o una bolsa de sangre, seguramente ataras todos los cabos.
Si bien es cierto que su autora nos deja abierta la puerta para una tercera entrega dado que nos queda mucho por descubrir, conocer al futuro hijo/a de Eyre y Gabriel, o ver que ocurre con su hermano y/o hermanos. Son muchas cosas que aun no sabemos y que están ahí por descubrir, no quiero meter presión a la autora, pero ahí lo dejo.
*Os dejo el enlace a la reseña del primer libro pinchando arriba.
Y ni que decir queda que podéis adquirir esté y el resto de libros publicados por Alex Florentine en Amazón (en digital) o poniéndote en contacto con ella (si lo prefieres en papel y hasta dedicado).
Este es mi relato para el reto de Lídia Castro Navás «Escribir jugando» correspondiente al mes de abril.
Cansado de cabalgar otro día más, el unicornio se aparto de resto y se dispuso a contemplar el color lapislázuli del cielo, en el que brillaban las siete estrellas -de una constelación desconocida por el- de un rojo fuego incorpóreo. En el aire un aroma a alhelí lo impregnaba todo.
Era todo tan distinto, el ambiente de la tarde, con el bullicio de gente, el ruido que contaminaba todo, a la paz de estas horas antes del nuevo día, pesaroso agacho las orejas, recogió la manta se la echo en el lomo y volvió a su lugar en el tiovivo.