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Calixta, un hada linda y lista


Aquí os traigo otro bonito cuento creado a partir de una imagen de Loedar, para la Guardería de peques.

Espero que os guste.

En un inmenso y profundo bosque donde vivían muchos animales y seres fantásticos, gnomos debajo de las setas que les servían de entrada a sus casas, duendes en los huecos de los árboles,ninfas en los juncos de la orilla del río, y hadas que parecían luciérnagas con sus varitas iluminadas al ser agitadas, vivía Calixta, una joven hada muy guapa y lista —lista por lo inteligente que era—.

Siempre estaba leyendo libros de flores, plantas  —los beneficios y los peligros de cada clase— y de animales, sus especies y familias, y lista, porque siempre estaba dispuesta a ayudar a quien lo necesitara. Si una mariposa se enredaba en la tela de una araña, allí estaba Calixta para ayudarla a escapar, eso sí, sin dañar ni a la mariposa, ni a la tela. Por eso las arañas no se enfadaban con ella, porque no las hacía trabajar en repararlas; no como otros seres del bosque que ni miraban siquiera, las rompían y tenían que volverlas a rehacer.

Una noche, Calixta iba paseando por el bosque. Volaba de flor en flor como las abejas de planta en planta; de hoja en hoja como si de un saltamontes de tratara; e iba hablando sola como hacen las seres inteligentes. Hay quienes piensan que están locos por hablar solos; pero eso dicen los que no entienden que para aprender hay recordar una y otra vez lo que has leído, y hay veces que no te das cuenta y lo haces en voz alta; pero a ella no le importaba lo que los demás pensaran. En sus pensamientos estaba absorta cuando comenzó a oír un gemido, un sollozo muy bajito, pero audible para los oídos de un hada como Calixta.

Se acercó hacia donde provenía el llanto y encontró a una niña pequeña sentada debajo de un árbol; tenía los brazos abrazándose las rodillas. Estaba helada y aterida de miedo. Calixta, al verla, le habló con suavidad para que no se asustara más y saliera corriendo.

—¡Hola, hermosa niña! ¿Qué haces sola, de noche, en el bosque?

—¡Me he perdido y no encuentro a mis papás!  —dijo la niña mirando a todos lados.

Calixta no se dejó ver hasta no estar segura que la niña no se asustaría al verla.

—¿Quién eres tú? —preguntó la niña.

—Yo soy un hada y me llamo Calixta. Y tú, ¿cómo te llamas? —le preguntó el hada.

—Yo me llamo Laura y las hadas no existen —dijo la niña.

—¿Quién te ha contado eso?

—Mis papás dicen que no existen, que son cuentos para los niños —le comentó la niña.

—¡Las hadas existen; yo estoy aquí! —dijo Calixta. Eso dicen los humanos adultos porque han perdido su inocencia y ya no sueñan, como lo hacen los niños; por eso no pueden vernos; por eso y porque no nos dejamos ver. ¿Quieres verme?

—¡Sí, claro! Me gustaría —contestó la niña.

Calixta se asomó de detrás del arbusto en el que se había escondido. Se apareció despacio para que Laura la viera y se acercó a ella, ya que las hadas son pequeñitas, pero muy coquetas. Usan vestidos de los colores más brillantes y flores en el pelo como diademas.

—¿Tú eres un hada? —dijo la niña al verla.

—Claro, ya te lo he dicho. Soy un hada y me llamo Calixta.

—¡Qué pequeña eres, pero qué linda! —dijo la niña con sinceridad.

—¡Muchas gracias, Laura! ¡Tú también eres muy guapa! —le contestó el hada. Ahora debería ayudarte a encontrar a tu familia ¿no crees?

—¿Lo harías?¿Me ayudarás a encontrar a mis papás? —le dijo la niña emocionada.

—Claro; seguro que te estarán buscando por el bosque y no queremos que se pierdan ellos también, ¿verdad?

—No, supongo que no. Ellos no encontrarían un hada que los ayudase —dijo la niña con pena.

—Seguramente sí, pero no las verían. Los humanos se han portado mal con nosotros: cortan los árboles donde vivimos, envenenan los ríos donde nos bañamos, son descuidados, dejan la basura tirada en cualquier lado; muchas de mis hermanas se han quedado atrapadas entre su desperdicios. Bueno, vámonos  dejémonos de charla que se hace tarde para ti  —dijo el hada después del discurso que le soltó a la niña sin querer, pues ella no tenía la culpa; pero al menos aprendería del porqué las hadas no se le aparecían a los hombres. Sigue la luz que emite mi varita, pues a mí no me verás si me alejo un poco.

Las dos se pusieron en camino mientras Calixta le explicaba a Laura que en el bosque vivía con sus hermanas y sus primas, las ninfas del agua y los gnomos. ¡Ah! Y los verdes duendes; pero que también había seres muy malos como los ogros, o los trolls, pero que estos vivían bajo las montañas y rara vez se adentraban tan en el bosque, porque sabían que a los demás seres no les gustaban.

En esto estaban cuando Calixta oyó algo:

—¡Chisss!

La hizo callar.

—¡Laura! ¿Dónde estás? ¡Lauraaaa! —gritaba alguien entre la espesura.

—¡Ahí están! ¿Ves? Te están buscando —le dijo Calixta. Te acercaré hasta ellos, pero debemos despedirnos aquí, no pueden verme.

—¡Qué pena, me gustaría que te conocieran! —le dijo la niña.

—Eso no puede ser, Laura. Ellos no me verían aunque quisieran —le explicó el hada.

—¿Y qué les digo?

—¡La verdad! Siempre tienes que decir la verdad —le dijo el hada.

—Pero no me van a creer… —dijo tristemente la niña.

—Aún así, siempre di la verdad. Es preferible que no crean una verdad, a que lo hagan con una mentira. Así es como el hombre perdió la inocencia, ya no distingue la verdad de la mentira, lo que está bien de lo que está mal —le explicó el hada.

—¿Nos volveremos a ver algún día? —le preguntó la niña.

—Si dices siempre la verdad, aunque a veces a alguien le duela oírla, y me recuerdas, nunca perderás la inocencia. Entonces, solo entonces nos podremos volver, si por el bosque vienes algún día —le dijo el hada.

—¡Así lo haré! Vendré a verte algún día, Calixta, ¡gracias! —le dijo la niña con lágrimas en los ojos. ¡Eres una hada muy guapa y lista, mi querida Calixta!

—¡Gracias, Laura! Eres una niña muy buena, no pierdas nunca tu inocencia —le dijo el hada con una lágrima apuntando en sus ojos al oír las palabras de la niña.

—¡Te prometo que así lo haré! Cuidaré de los árboles y las flores y del agua de los ríos  —dijo Laura mientras se alejaba corriendo hacia las voces que la llamaban.

—¡Papááá..! ¡Mamááá…! ¡Estoy aquííí! —fue lo último que escuchó Calixta, antes de volver al interior del bosque.

©Antonio Caro Escobar

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Rufina, la mariquita meticona


¿Conocéis a Rufina? ¿¡No!? Pues no dejéis de leer este cuento.

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Imagen descargada de la red.

Había un inmenso prado lleno de mil flores de todos los colores: amapolas rojas como un amanecer, margaritas amarillas y blancas, malvas, jacintos, dientes de león y otras muchas especies más.

Esto hacía que se reunieran allí un montón de insectos para recoger el polen de las flores, entre otras de las labores que hacían abejas laboriosas, avispas, libélulas, hormigas y mariquitas, que iban tras los pulgones que allí habitaban a montones.

Pero como en toda comunidad siempre hay alguien a la que le gusta más dar trabajo que trabajar, Rufina era una de esta clase.

Rufina era una mariquita que le gustaba meterse en los problemas de todo el mundo, por ello la llamaban la mariquita meticona.

Siempre estaba metida en líos; allá donde hubiera una discusión por una flor o por un grano de polen Rufina era atraída como las moscas al azúcar.

Un día, la señora mantis estaba enfrascada en una discusión con su pareja; lo había visto ir tras una mariposa y aquello enfureció a la mantis.

—¡Eres un picaflor! En cuanto ves unas alas de colores vas tras ellas, como abejas tras el polen.

—No te enfades, Linda; solo estaba gastándole una broma a esa mariposa —le dijo Mario a la mantis.

—Sí, sí… Una broma… , ¿no ves como me río?

Rufina atraída por la discusión, se metió al medio.

—Linda, no te enfades con Mario, si siempre está de bromas con todas.

—¿Y a ti, quién te ha dado polen en esta flor, Meticona?

—Nadie; pero os he oído discutir y no he podido evitarlo. No es justo que regañes a Mario por querer ser simpático.

—Mira, Rufina, no estoy de humor para aguantarte ni a ti, ni a este, así que ya estás cogiendo vuelo de aquí o….

—No te pongas así, ya me voy. ¡Vaya carácter se gasta la mantis para ser religiosa —dijo Rufina malhumorada.

No contenta con aquello vio a dos ranas discutiendo por una mosca que tenían atrapadas las dos al mismo tiempo y ninguna estaba dispuesta a soltarla.

—Parece que no os ponéis de acuerdo en quien la cazó primero, ¿verdad?

—¿Y a ti que te importa, Meticona? Esto es algo entre nosotras —le dijo una de las ranas.

—Solo quiero ayudaros, con la de moscas molestas que hay por el prado, ¿tenéis que pelearos por una?

—¿Sabes, Meticona? ¡Tienes razón! Con tantas que hay, ¿por qué discutir?

Y dicho esto soltó a la mosca y acto seguido atrapó a Rufina y se la llevó a la boca. Rufina gritaba asustada, no quería ser tragada por la rana y sin embargo no podía escapar de aquella viscosa lengua.

Vio la negra boca y notó cómo la lengua se le enrollaba alrededor de su pequeño cuerpo y comenzó a llorar de angustia.

—Sólo quería ayudar…  —decía entre sollozos—  no lo volveré a hacer más.

—¿Seguro que no? Pues, esta te va a tragar —le dijo la otra rana sonriendo.

La boca de la rana se cerró con Rufina en su interior.

Cuando pasó un buen rato, la rana abrió la boca y soltó a Rufina, que estaba temblando y llena de babas. Intentó escapar volando, pero no pudo, pues sus alitas estaban empapadas.

La rana le dijo.

—Por esta vez te voy a dejar ir, Rufina, pero la próxima no tendrás tanta suerte.

—¡No habrá próxima vez, lo prometo! No quiero ser tragada de nuevo no me ha gustado la oscuridad que he sentido a mi alrededor.

—A ver si es verdad —dijo la otra rana.

Rufina se alejó de allí caminando, con el miedo en el cuerpo y con la determinación de no volver a meterse en los problemas ajenos.
Moraleja:

Zapatero a tus zapatos, no te metas en los problemas de los demás sin ser llamado.

No hay nada peor que la oscuridad que te envuelve cuando todos te dan la espalda.

© Antonio Caro Escobar

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Guarida de peques

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Mojito, el ratoncito coqueto


Otro bonito cuento a partir de una imagen de Loedar. Para la guarida de peques.

 

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Mojito era el pequeño de una camada de ocho ratoncitos. Era un ratoncito de campo, pequeñito pero coqueto. De los ocho hermanos era el más presumido de todos: le gustaba atusarse el pelo con sus patitas, limpiarse los dientes con una ramita, los tenía tan brillantes que cuando sonreía el sol brillaba en ellos con alegría, sus bigotitos no podían tener una sola arruga, se los estiraba con gracia y salero. Su mamá le decía:

—Mojito, tú vales para modelo.

Mojito andaba con mucho estilo y galantería; las ratoncitas lo veían y suspiraban:

—¡Qué arte tiene Mojito; creo que estoy enamorada! —decían cuando él pasaba.

Una mañana de verano, Bigotón, el viejo gato cascarrabias, a uno de sus hermanos atrapó, solo se oían sus chillidos y lamentos.

—¡Socorro! ¡Auxilio! Me atrapó Bigotón! ¡Me va a comer! ¡Socorro! ¡Ayúdenme!

—¡No chilles! Nadie te va a salvar de mis fauces; hoy te voy a desayunar  —le dijo el viejo gato.

—¡No me comas, solo salí a pasear, a buscar unas bayas para mi familia!  —le contestó el ratoncito.

—Eso me da igual. ¿Sabes el refrán que dice que al que madruga dios le ayuda? —le preguntó Bigotón.

—No. No lo sé.

—Pues eso me ha pasado a mí esta mañana. He madrugado y dios me ha ayudado, porque a ti te he atrapado.

—¡Suelta a mi hermano, viejo gato! ¿Tú sabes el que dice: no por mucho madrugar amanece más temprano? —le dijo Mojito —que había escuchado al gato cuando iba a ayudar a su hermano atraído por sus gritos de socorro— . Y sonrió con tanta alegría, que el sol brilló en sus dientes con tanta fuerza que al viejo gato cegó; este al sentir la luz soltó al ratoncito y se tapó los ojos.

El ratoncito se sintió caer, pero cayó de pie y salió corriendo hasta donde estaba su hermano y los dos riendo se fueron contentos, pues hasta ahora nadie se había escapado de las garras de Bigotón con tanto salero.

Cuando llegaron a casa y se lo contaron a sus papás, como recompensa, le prepararon a Mojito un baño de agua caliente que era lo que más le gustaba.

Desde aquel día Mojito fue el ratoncito más querido del valle y el viejo Bigotón ya no salía de casa sin sus gafas de sol, pero a los ratoncitos a molestar no volvió.

Moraleja. Nunca nadie se salvó por tanta limpieza.

© Antonio Caro Escobar

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Guarida de peques

 

 

 

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Purpurina, la Tortuga Bailarina


Hacía mucho que no escribía un cuento para niños, unos veinte o veinti tantos años, a petición de Greg de la Guarida de peques me insto a que le enviará uno y mira por donde una amiga Loedar, —quizás la conozcáis y si no ya estáis tardando mucho. 😉— Publicó a Purpurina y no se porque se me vino a la cabeza éste cuento que os dejo a continuación, así que dejad salir al niño que lleváis dentro y adelante disfrutad de esta cariñosa tortuguita.

Que por cierto me dijo su autora que Purpurina es una tortuga real como la vida misma, a ver si ella nos cuenta su y historia que nada tiene que ver con el cuento que os traigo.

Ya no me enrollo más y os dejo con Purpurina la tortuga bailarina.

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En un pequeño río de una pequeña ciudad vivía Purpurina: una pequeña tortuga que había nacido allí. Muy cerca había una casa que tenía televisión en el porche.
Una noche, Purpurina —que la llamaron así porque cuando nació era un día de mucho sol y los rayos brillaron sobre su pequeño caparazón como si estuviera cubierto de purpurina—  como iba diciendo, una noche Purpurina se acercó hasta la casa atraída por una música que salía del televisor.
Se quedó escondida entre la hierba mirando aquella caja en la que había humanos que bailaban al son de la música, de una forma tan hipnótica que nuestra amiga tortuga se quedó embelesada.
Cuando Purpurina se quiso dar cuenta era ya de día; sacudió su cabeza aturdida y se volvió a su casa en el río, antes que el sol calentara con fuerza y la deshidratara.
A la pequeña Purpurina no se le iba de la cabeza lo que había visto y quiso aprender a bailar. Salió a la orilla y comenzó a ensayar, de forma que al principio se caía cada vez que lo intentaba.
Una rana que la miraba sin dejar de reír le dijo:

 

—¿Qué haces Purpurina? Eso en vez de baile parece contorsionismo.
—Tú ríete, pero aprenderé a bailar; tengo muchos años por delante para hacerlo  —le contestó Purpurina de forma irónica.

Todos saben que las tortugas, al revés que otros animales, viven muuuchos años, entre ochenta y cien, y tal y como lo dijo escoció a la rana que podía vivir alrededor de diez años como mucho.
La rana, enfadada por aquel golpe bajo, de un salto se lanzó al agua y se escondió refunfuñando entre las piedras del fondo. Mientras Purpurina seguía ensayando su peculiar baile.
Pasó por allí un jilguero y se posó en un árbol cercano. Al pajarillo le llamó la atención ver a la tortuga bailando torpemente, pero sin embargo bailaba. Entonces, comenzó a cantar para acompañar a Purpurina. La tortuga al oírlo se puso más contenta y lo intentó con más brío; ya conseguía que le salieran algunos pasos.

 

Desde ese día el jilguero iba todas la mañanas a acompañar a su amiga la tortuga con su canto.

 

Una mañana, muy temprano, un búho muy viejo ya —quizás el animal más viejo de todo el contorno— que por la noche había oído los comentarios de otros animales, quiso ver a Purpurina bailar, por lo que aquel día decidió quedarse en el árbol donde el jilguero iba todos los días a cantar, para ver a la tortuga.
Purpurina aquella mañana, como todas las mañanas, salía del agua y bailaba, aunque su amigo el jilguero no fue ese día a acompañarla, pues había visto al viejo búho en el árbol y le dio miedo acercarse a él.
El búho, que miraba a nuestra amiga con un ojo abierto y el otro cerrado, le dijo:

 

—Vaya, veo que es cierto, que te has propuesto aprender a bailar.
—Claro, llevo ya un tiempo ensayando y ya he aprendido algunos pasos.
—¡Umm! Ya veo ya —dijo el búho. ¿Puedo darte un consejo de búho viejo?
—Claro, no hay por aquí nadie más sabio que tú —le dijo Purpurina. ¿Cuál es ese consejo?
—Verás, Purpurina, eres una tortuga y tu caparazón pesa mucho para que puedas moverte con ligereza. Se ve que le pones ganas y empeño; pero así nunca vas a aprender a bailar en condiciones —le dijo el búho.
—¿Entonces qué hago? Yo quiero aprender a bailar y tú me dices que no voy a aprender nunca ha hacerlo bien porque soy muy torpe —le contestó Purpurina enfadada.
—No te enfades —le replicó el búho. Yo no te digo que no vayas a aprender nunca, solo que así no lo podrás hacer.
—¿Entonces dime cómo? Si así no puedo, ¿cómo podré aprender?
—Es muy fácil: aprende a bailar en el agua; el caparazón no te pesará tanto y podrás moverte con más fluidez. Inténtalo.

 

Purpurina reacia a lo que le decía el búho entró en el río y comenzó a bailar igual que lo hacía fuera. Se dio cuenta que el viejo búho tenía razón, que le costaba mucho menos moverse y que los pasos y los giros los hacía con mucho más soltura.
Nuestra amiga empezó a reír contenta y gritando.

 

—Tienes razón, señor búho!  ¡Puedo bailar, mira cómo bailo!  ¡Ja,ja,ja!
Purpurina siguió bailando en el agua alegre y feliz porque podía hacer lo que le gustaba. Al jilguero se le unieron otros pajarillos que hacían las delicias de todos los animales del entorno.

 

Así fue como Purpurina, la tortuga bailarina, aprendió a bailar y a día de hoy sigue haciéndolo.

© Antonio Caro Escobar

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Guarida de peques

 

 

 

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Sara, la araña que se alimentaba de faltas


Aquella mañana de primavera había salido un sol grande y luminoso. Era el primer día, después de un intenso y duro invierno. La vida comenzaba a despertar de su letargo; algunos animales salían de sus madrigueras, otros de sus capullos… Entre ellos acababa de nacer una arañita muy pequeña, que con sus ocho ojos lo miraba todo y con sus ocho patitas todo lo quería tocar.

Era una araña muy pequeña y curiosa, a pesar de ello su madre la dejaba que se moviera libremente por el árbol donde tenía su tela instalada.

Una mañana de abril salió la arañita, a la que su mamá le puso de nombre Sara; pero le llamaba cariñosamente Sari.  Salió a dar un paseo y curiosear como solía hacer. Al llegar a un edificio muy grande, donde había muchos humanos, pero de los pequeños, los llamados niños, los había por cientos, como si de una colmena se tratara. La curiosidad pudo más que ella y se acercó sigilosa, como solo una araña puede hacerlo. Entró por una ventana y se escondió entre las láminas de la persiana de madera. Su madre le había enseñado que aquellos seres podían ser peores que cualquier otro animal que ella hubiera conocido, y llevaba conocidos unos cuantos.

Así que, se escondió y quedó atenta a lo que ocurría allí. A pesar de tener ocho ojos su vista no era muy buena; pero su oído era maravilloso: oía el vuelo de una mosca a dos kilómetros, bueno, no tanto, pero la oía desde muy lejos.

Se enteró de que a aquel lugar lo llamaban escuela; que allí iban los humanos a aprender cosas, como leer y escribir; también salían a jugar a la calle, pero siempre tras un cercado de alambre. Sari, se embelesaba escuchando cómo un humano adulto, que unas veces era un humano macho y en otras una hembra, enseñaban a los pequeños.

Un día le preguntó a su mamá por qué tenían que ir los humanos a la escuela, ¿o es que sus padres no sabían enseñarlos, como ella la enseñaba?

Su mamá, al oír aquello, le preguntó cómo sabía ella todo eso y Sari le contó que había ido a la escuela y había visto lo que allí hacían.

La mamá, preocupada por la osadía de su hija, le prohibió que se acercara a aquel sitio, que era muy peligroso rondar por donde había tantos humanos juntos.

Sari le dijo que se escondía bien y que los humanos eran pequeños.

Su mamá enfadada le dijo que esos, los pequeños, eran los peores, si la cogían, le arrancarían las patas o la matarían de un pisotón o con lo primero que tuvieran a mano. La mamá hizo prometer a Sari que no volvería allí y ella accedió.

Estuvo unos pocos días aprendiendo a tejer una tela bonita, donde las moscas y otros insectos cayeran, para poder comer.

Pero aquello aburría a Sari, su interés era otro y su curiosidad por aprender la estaba consumiendo. Así que, un día, no pudo más y rompió su promesa, volviendo a la escuela. Allí tejió una tela en una esquina apartada y se quedó a vivir en ella. Así podría aprender día y noche sin preocuparse de la comida.

Una noche, que se encontraba sola en aquel lugar, bajó a curiosear y encontró un sitio en el que había muchas hojas de papel escritas. Ella ya sabía lo que eran, porque había oído miles de veces a los humanos llamarlos folios o deberes, dependía de si estaban escritos o no; si no lo estaban eran folios y si lo estaban eran deberes.

Se metió entre los deberes y comenzó a leer; leer era algo que le gustaba mucho. Había aprendido rápido, gracias a que el humano adulto escribía en ese lugar que llamaban pizarra y lo hacía con letras tan grandes, que hasta ella con su corta vista era capaz de verlo desde su tela. Eso la ayudó a comprender los signos y garabatos que veía al principio; pero que pronto supo que eran números y letras y que los humanos las utilizaban para comunicarse. Se ve que no tenían bastante con el vocabulario, aunque a algunos de los pequeños apenas si les entendía.

Fue cuando comprendió que las letras y los números eran para enseñar a los humanos más pequeños a hablar bien y a contar. Le pareció divertido, porque las arañas eso lo sabían sin más, no tenían que ir a la escuela para aprender a leer, ni a escribir, no les preocupaba, ellas se entendían. Desde que nacían sus mamás les enseñaban todo lo que debían saber: a tejer las telas, a cazar a las presas que caían en ellas, cuáles animales eran más o menos peligrosos y todas esas cosas que deben saber las arañas.

Una vez abajo, se metió entre los folios, se dio cuenta que olían bien, no exactamente como los árboles, pero era un olor muy similar; aquello no eran folios sin más, eran deberes. Vio que estaban escritos y se paseó por ellos leyendo despacio lo que en ellos había. Fue cuando descubrió algo que la sorprendió mucho. Mientras leía vio una palabra que ella ya conocía era, “habríamos” le faltaba un acento en la i porque era una palabra esdrújula y porque tiene cuatro sílabas.

Aquella falta la hizo enfadar y se comió la palabra. Resultó que le gustó su sabor, así que siguió buscando palabras con errores y “encontro” que le faltaba el acento en la ó. Se la tragó, no sabía igual que la otra, pero no le disgustó; así que siguió buscando y comiendo faltas de ortografía.

Con el paso de los días dejó de comer moscas y otros animalitos que caían en su tela, con las faltas se encontraba satisfecha.

Además había crecido y engordado, más que con las moscas y encima se dio cuenta que era más cauta e inteligente que antes.

Las moscas no tardaron en dar la noticia, ya que Sari las liberaba cuando alguna caía en su red, al igual que los mosquitos y mariquitas que se despistaban en su ruta e iban a caer en su tela.

Se dio cuenta que algunos lo hacían aposta, para ver si era verdad lo que les contaban, aún a riesgo de que no lo fuera y sirvieran de plato para Sara la araña traga faltas, como ya la habían bautizado.

Tentada estuvo más de una vez a comerse alguno para que así la dejaran tranquila; pero fue incapaz, se sentía tan satisfecha, tan saciada de alimento, como de conocimiento, que para ella sería ya aberrante comerse a un ser vivo.

La mama de Sari oía lo que decían de su niña y al final se tragó su orgullo y se dispuso a visitarla y a comprobar todo lo que decían de ella —¿Será posible todo lo que dicen?— pensaba una y otra vez.

Cuando Sari vio aparecer a su madre se puso muy contenta, no la esperaba. Cuando se marchó de casa se quedó muy dolida porque había roto su promesa, tanto que la vergüenza de mirar a la cara de su madre era inmensa.

Sari puso la al día de todo lo que le había sucedido, de cómo el alimentarse de faltas de ortografía, la había ayudado a evolucionar mentalmente, había aprendido muchas, muchas cosas nuevas, que jamás hubiera conocido de haberse quedado en el árbol.

La mamá vio que su hija había crecido tanto física como intelectualmente, por lo que se sintió muy satisfecha y orgullosa de ella; así que volvió a casa contenta y con la promesa de volver a visitarla más a menudo.

Al igual que Sari quedó en visitarla a ella cuando no hubiera escuela y no tuviera tanto que hacer.

Atrás quedaron las promesas rotas y los viejos rencores.

Y por delante, la fama de Sara, la araña que se alimentaba de faltas, fue creciendo al mismo ritmo que el conocimiento de ella.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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Confianza y orgullo


Este cuento ha resultado el ganador del I CONCURSO DE CUENTOS NAVIDEÑOS ONDA CARTAGENA que se celebró el pasado 22 de diciembre.

A través de una entrada que hizo culturarte337 me enteré de la celebración del mismo, por lo que una vez leí las bases me decidí a participar.

Escribí este cuento y lo envié, cual ha sido mi sorpresa que el mismo día 22 día de lotería me llamo Javier Sánchez Páramo. miembro del jurado y presentador de “Nuestro arte, nuestra cultura” para notificarme que había sido el ganador del concurso.

He de reconocer que ha sido una gran satisfacción personal, saber que un escrito propio queda ganador en un concurso. Ello te hace ver que el trabajo que vienes realizando día tras día va mejorando poco a poco y me hace seguir adelante.

Quiero agradecer a Sari, por su apoyo, sus correcciones y sus consejos, que han dado un buen fruto.

Sin más preámbulo os dejo el cuento titulado.

Confianza y orgullo

Se aproximaba el mes de diciembre y con él la Navidad. Es el mes de los sueños, donde la imaginación corre a raudales por las cabezas de los niños y niñas del mundo entero, deseando que llegue la noche del veinticuatro en la que Santa Claus o Papá Noel (dependiendo del país a que pertenezca cada soñador o soñadora) apacigua esa ansiedad creada en fechas pasadas.

Pero antes de que esto suceda hay muchos preparativos que hacer e Ismael, un niño con mucha imaginación, lo sabía. Sabía que en su colegio se prepararía el tradicional concurso de carteles de villancicos y este año podía presentarse. Llevaba ya dos años soñando con poder acceder al concurso para ganar el premio. Este consistía en una cena para la Nochebuena, para el ganador y los miembros de su familia, en un restaurante de la ciudad. Ismael había oído decir a su mamá:

— Ojalá nos tocara un cena de esas, un año. Al menos podríamos cenar una nochebuena como una familia normal.

Aquel comentario se le quedó al niño grabado en la memoria. No sabía a qué se refería su mamá con eso de cenar como una familia normal ¿Acaso no eran normales ellos? Su papá no trabajaba, le habían despedido cuando la crisis empezó hace seis años. Desde entonces, no había vuelto a encontrar trabajo. Su mamá hacía horas limpiando escaleras y casas, cuando podía, que no eran todos los días. Su hermano Juan era mayor que él dos años. Tenía once y aunque no era buen estudiante, aprobaba todo hasta el momento con bajas notas, pero lo suficientes para no tener que repetir y que no le quitaran la beca de los libros. Su mamá se encargaba de repetírselo a los dos, siempre

  • Hijos tenéis que aplicaros y estudiar, porque si suspendéis nos quitarán la beca para libros, y no tenemos dinero para comprarlos. Juan, por favor, hijo, estudia un poquito más.
  • ¡Jo! Mamá, siempre me lo dices a mí, a Isma nunca —le decía su hermano a su madre.
  • Porque tu hermano saca mejores notas que tú, no necesito recordárselo cada trimestre como a ti; entre otras cosas porque está delante y me oye como me oyes tú, pero tú no me haces caso —decía siempre su madre.

Aquel año Ismael tenía claro que su meta era el concurso de villancicos. Se había estado preparando desde hacía dos años. A escondidas, en su cuarto, dibujaba una y otra vez intentando aprender a hacer trazos limpios, a colorear de forma que no se notaran los cambios en la dirección de los colores, a difuminar para hacer las sombras más reales, los colores más vivos, más naturales. Estaba deseando que pusieran las bases y la temática del concurso para empezar a hacer su cartel. No había dicho nada en casa, era una sorpresa. ¡Su sorpresa! Si ganaba, para toda la familia.

También para evitar que su hermano se riera de él si no lo hacía; había niños con mucho talento en el colegio. Niños que sus papás podían permitirse el llevarles a clases de dibujo y pintura. Pero él no tenía más profesor que su empeño y más técnica que su confianza.

El día 2 de diciembre pasaron una circular por todas las clases. En ella se comunicaba que quedaba abierto el plazo para presentar los trabajos para el concurso de villancicos 2017, con las bases para presentar los trabajos.

La temática será totalmente libre, pero tendrá que tener relación con la Navidad y los villancicos. Deberán presentar los trabajos antes del 18 de diciembre a las 12,00 horas y el ganador será dado a conocer el 20. Los trabajos realizados se deberán realizar en A3 a tamaño completo y con el texto Certamen de Villancicos 2017. Organiza el AMPA del Colegio Miguel de Unamuno. Luego seguían la forma de entrega y bla, bla, bla… Eso lo leería más despacio cuando tuviera su cartel preparado.

Ismael cogió la circular y la guardó como un tesoro dentro de uno sus libros. Estaba deseando llegar a casa y ponerse a dibujar su cartel para presentarlo lo antes posible; le preocupaba no llegar a tiempo. Después de dos años preparándose era su momento y quería no fallarse a sí mismo y mucho menos a su familia, aunque ellos no lo supieran.

Entró rápidamente saludando a sus padres.

— ¡Hola mamá, hola papá! Me voy a mi cuarto que tengo que hacer los deberes.

— Ismael, hijo, ¿no vas a merendar nada antes? —le dijo su madre.

— No, mamá. No tengo hambre ahora —le contesto Ismael, al paso.

— ¡Hola hijo! _le dijo su padre. ¿Dónde vas tan rápido? —le preguntó al verlo pasar sin entrar  ni siquiera  en el salón.

—Me voy a mi cuarto ha hacer los deberes del cole. —le dijo el niño.

Los padres se miraron. Isabel, que así se llamaba la madre, sonrió a Pedro, su marido. Este movió la cabeza de un lado a otro.

Ismael se sentó en su mesa donde hacía sus trabajos y sacó un libro de dibujo que tenía para ciertos dibujos especiales; se lo pidió a los Reyes Magos el año anterior y lo trataba con mucho mimo. Sabía que este día llegaría y una de las hojas eran para ello.

Era un bloc de papel canson A3. Sus hojas eran de un blanco impoluto y ahora se iban a ver coloreadas por los lápices de colores del niño. Con un portaminas de dibujo muy fino comenzó su sueño.

Estuvo trabajando con ahínco durante cuatro días. Solo paraba para comer cuando su madre lo llamaba a voces, y hasta que no la notaba que se estaba enfadando. Lo dejaba solo para dormir y para ir al colegio.

Sus amigos iban a llamarle para que saliera a jugar, pero él les decía que hoy no podía, que tenía tareas; cosa que les extrañaba pues estaban en la misma clase y sabían que no había tareas para casa o que las había hecho en el cole.

A él le daba igual lo que pensaran sus amigos, ya casi lo tenía listo. Ahora era el momento de leer de nuevo la circular donde ponían las bases para la entrega del cartel.

Releyó el folio una y otra vez hasta que se le quedó grabado todo lo que allí se decía.

A la mañana siguiente, al ir a clases, pasó por un estanco y compró con dinero que había sacado de su hucha sin que se enteraran en casa, dos sobres. Uno tamaño A3 para el cartel, y otro normal, donde iría un papel con su nombre y apellidos, la clase en la que estudiaba y el nombre del cartel. Los guardó en su cartera y se fue al colegio contento, porque sabía que ya lo podía entregar dentro del plazo. Lo había terminado mucho antes de lo que pensaba, porque le había puesto mucho empeño y había trabajado duro para ello. Se sentía orgulloso de si mismo.

Cuando llegó a secretaría al día siguiente con su cartel en su sobre y el otro pequeño dentro con los datos, estaba que no cabía dentro de si.  La secretaria lo saludó por su nombre.

  • ¡Hola Ismael!
  • ¡Hola señora! —le contestó muy educadamente. Vengo a entregar este sobre para el cartel de los villancicos, le dijo algo nervioso
  • ¡Ah, muy bien! ¿Y lo has hecho tú? —le preguntó ella, a la vez que le cogía el sobre.
  • Sí, señora —le dijo sonriendo.
  • Me alegro mucho —contestó, mientras sacaba un papel donde ya había unos cuantos nombres. Te apunto como que me lo has entregado, y ahora a esperar al día 20 que salga el ganador —le dijo la secretaria.

— Sí, señora, lo sé; lo he leído en las bases —le contestó el niño.

— Bueno, pues ya está —dijo ella. ¡Que tengas suerte Ismael!

— Muchas gracias, señora —contestó Isma. ¡Adiós señora!

— ¡Adiós Ismael! —le respondió la secretaria con una sonrisa en la cara.

Faltaban unos cuantos días. Mientras, el niño siguió como si no pasara nada, aunque estaba más nervioso que un flan, pero no quería decir nada a sus padres. Aunque su madre que lo conocía demasiado bien (porque era su madre) se lo notó y una noche cenando le preguntó.

— Ismael, hijo, ¿Te pasa algo? Te noto muy nervioso.

— No, mamá. Es que tengo ganas de que llegue el día 22. Es la fiesta del cole y cantamos los villancicos —contestó el niño con evasiva. ¿Vais a venir? Este año canto yo.

—Claro que sí, hijo. Si no trabajo, vamos todos —contestó la madre mirando a Pedro, su marido.

— Yo no voy  _dijo su hermano Juan.

— Tú harás lo que nosotros digamos —le reprendió la madre. Y si decimos que vienes, vienes sin rechistar.

— Jooo, mamá.

— A callar. Se acabó lo que se daba —dijo su madre mirándole muy seria.

Cuando Isabel se ponía así era mejor callarse. Ni Pedro se atrevía a rechistar.

Llegó el día 20 y salió el ganador del cartel de los villancicos, aunque por algún motivo que nadie sabía no ponían el nombre del mismo en ningún sitio, ¡algo de lo más raro!

El 22 de diciembre a las 10 de la mañana el salón de actos del colegio se encontraba engalanado como todos los años para las navidades con su árbol de Navidad, su portal de Belén. Y, ¡cómo no! , a rebosar de padres, madres, abuelas/os y familiares de los niños que cantaban en el certamen de villancicos; también estaban invitados los coros de los demás colegios de la ciudad.

Fue todo un espectáculo digno de ver. Las madres llorando, los padres henchidos de orgullo, las abuelas moqueando. Todo al ver a sus niños cantando encima de un escenario.

Al acabar los villancicos el director del colegio se plantó encima del escenario con un micrófono en la mano y  se dirigió a todos los asistentes.

—Atención por favor —llamó la atención del público en general. Por favor, silencio.

Cuando ya consiguió que todo el mundo se callara y le atendiera, empezó a hablar.

— Bueno, señoras, señores, niños —comenzó. Ahora llega el momento que muchos de ustedes estaban esperando. Como saben todos los años, el día de hoy hacemos entrega del premio al mejor cartel de villancicos. El premio, como cada año y gracias al gerente del restaurante El Cenador; es una cena para todos los miembros de la unidad familiar. Pero este año como habrán visto en la lista de los carteles presentados no viene el nombre del ganador, no vayan a creer que no hay ganador, lo hay, y está hoy aquí entre nosotros. A petición suya no ha querido que se supiera hasta hoy su nombre, para darle un sorpresa a su familia.

¡El ganador con el cartel denominado Cantando bajo el árbol es…….. Ismael Gutiérrez Fernández!

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Los padres se miraron entre si, sin dar crédito a lo que habían oído. Fueron corriendo hasta donde estaba Ismael y lo abrazaron, lo besaron, lo estrujaron, mientras lloraban y reían a la vez.

El niño solo supo decir:

— Este año podremos cenar como una familia normal.

La madre recordó  que esas palabras habían salido de su boca y solo pudo abrazar a su hijo y decirle: ¡Te quiero hijo!

Fin.

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Cuento de lo absurdo.


Érase un pastor que tenía un rebaño de ovejas, el rebaño contaba con trescientas cabezas más los borreguitos que nacían cada día.

El pastor por las noches no podía dormir por lo que se ponía a contar ovejas, era lo que su madre le decía cuando el sueño no llegaba.

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Así que empezaba a contar, una, dos, tres, etc. Al llegar a cierta cantidad no se, ciento treinta, una de las ovejas preñadas se ponía de parto y él se quedaba ensimismado viendo como paría el borreguito o borreguitos porque a veces traían dos,  perdía la cuenta y empezaba a contar otra vez, una, dos, tres, doscientas dos y entonces se daba cuenta que otra oveja había parido pero no echaba la placenta y eso era malo para el animal y esperaba hasta que la echaba o bien tenía que sacársela el mismo y volvía a perder la cuenta, así un día y otro, cuando quería darse cuenta era la amanecida y sus ovejas tenían que ser ordeñadas, ya que la leche era parte del sustento de su granja.

Pasados los días el pastor tenía unas ojeras que le llegaban a los pies y su humor era de perros y eso que el perro pastor que tenía era magnífico, no mordía a una sola oveja, al primer tanteo de su dueño juntaba el rebaño y lo llevaba de vuelta al redil. Pero nada que ver con el humor de perro salvaje que se gastaba su dueño últimamente.

El hombre hastiado de la situación y al borde del colapso decidió mandar todo al estiércol y se acostó aquella noche decidido a olvidarse de ovejas, de borregos y de la leche que le dieron, a los pocos segundos se quedó dormido como un tronco y soñó. Soñó que era mecido por el viento y que la música que creaba al pasar por sus ramas era música celestial, hasta que llego una tormenta de balidos y gruñidos y lo saco del aquel maravilloso sueño.

Eran sus ovejas que balaban desconsoladas por que el día hacía horas que había salido y no las habían ordeñado, aún tenían las ubres que se les vertía la leche con solo moverse y los borreguitos gruñían de hambre y el pastor no acababa de juntarlos con las madres para que les dieran de mamar.

El pastor agobiado se decía.

Esto es tremendo, esto es el cuento de nunca acabar, cuento y recuento sin venir a cuento por no poder dormir y cuando por fin lo consigo, quien no me dejaba dormir, ahora me ha de despertar, hay que ser borrego.

Se acabo el cuento de nunca acabar, se que no viene a cuento pero… para dormir no cuentes cierra los ojos y sueña, que el sueño te lleve allá donde la vida no te deja llegar.

Fin.

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Latina era aquella tina hecha para llevar vino en sus entrañas.

con tino echo vino el tinajero a la tinaja,

la tinajera que lo veía de él se reía,

como con gran atino el vino vertía en la tina,

hasta rebosar de aquél rico licor.

—————————-

La tina,

que no agustina tenía llena la tripa,

de algo que no era vino,

pues alguien vino y como casa la utilizo,

a basura huelen sus entrañas,

las que que un día a vino olió y quien vino,

según vino se marcho,

dejando tras de si aquel inmundo olor.

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Este espacio participa en XI edición de los premios 20blog.
las votaciones han empezado,hasta el próximo 10 de marzo estará abierto el plazo.

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Ocupas a lo grande.

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Las votaciones han empezado, desde hoy día 17 hasta el próximo 15 de marzo estará abierto el plazo.

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Perdió el pie.

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A partir del día 17 comienzan las votaciones para la clasificación final.

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